La primera vez que oí esta expresión fue aplicada al deporte, más exactamente al fútbol. Ya hace doce años que en casa vivimos el fútbol femenino en primera persona. No me lo podía creer. Aquel “hazlo fácil” que gritaba el entrenador era exportable a todos los ámbitos de la vida. ¿Cuántas veces nos hemos complicado la vida inútilmente? Somos especialistas en buscar soluciones enrevesadas y solemos reaccionar a hechos que ni pasan, ni pasarán nunca, porque sólo viven en nuestra imaginación.
Cuando trabajamos con personas de altas capacidades: la intensidad,
la rigidez, la velocidad, el maximizar las emociones, el repensarlo todo, los pensamientos
intrusivos... sean niños, jóvenes o adultos vemos que a menudo son como bombas
de relojería.
¡Hazlo fácil! Si quieres una cosa... ¡pídela! ¿Qué puede pasar?
¿Que te argumenten un no? Ahora tienes más información y quizás puedes ajustar
la pregunta. Puedes reflexionar y valorar tu necesidad, modificarla o
concretarla. Puedes redefinirla o llegar a la conclusión que lo que creías que
era una necesidad no era imprescindible, ni siquiera necesario. Cuando
reformulas la pregunta, das valor a lo que quieres y a partir de lo que decides
puedes insistir, si hace falta; o ceder, si no había para tanto.
Hoy hablamos de Comunicación no violenta.
Comunicar de una manera sencilla, clara y asertiva, suele
dar buenos resultados. Cuando gritamos, exigimos, perdemos los papeles, quienes
nos escuchan solo ven la mala forma y no escuchan el mensaje. Hay que encontrar
el mejor momento para comunicar, sin que el hecho de buscar el mejor momento
eternice la situación.
Algunas personas con altas capacidades son perfeccionistas y
exigentes. Esto se convierte en un cóctel peligroso para la comunicación.
Por eso es importante que desde pequeños, en el momento de
ir a dormir trabajemos el vínculo especial en ese momento en que bajan la
guardia y les gusta explicar cosas. Madres y padres deben tener las orejas muy
abiertas y atentas para vivir esos momentos de oro en los que se tejen las
palabras, los sentimientos, las emociones, los sueños, los miedos, las
propuestas... Si lo hacemos desde pequeños será más fácil que lo podamos
mantener (con modificaciones) en la adolescencia. Pero no es el único momento
en que bajan la guardia: un paseo sin mirarnos a los ojos, un programa de tele
o una serie, el momento de secarles el pelo después de la ducha, el momento de cocinar
preparando el almuerzo o la cena, o aquel tiempo programado semanal mientras el
hermano o la hermana hace una actividad extraescolar.
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