Hace un tiempo era importante poner nombre a las cosas,
definirlas. Actualmente hay una corriente muy extendida en la cual está mal
visto poner etiquetas, definir, concretar. Etiquetar se ha convertido en
sinónimo de encasillar, crear expectativas y de no permitir crecer en libertad.
Es cierto que, sobre todo las etiquetas asignadas a las
personas no están escritas en piedra, y hay situaciones que se pueden modificar con el
tiempo y trabajo, aunque no todas.
Pero yo no estoy de acuerdo con quién rechaza las etiquetas
por principio. Yo las necesito para saber cómo lavar la ropa, para saber cuándo
y cómo tengo que poner una especia (en frío, en caliente, diluida, una pizca,
unas gotas, un puñado...). Ciertamente las personas no son ropa, ni platos para
cocinar pero saber en qué punto estamos nos ayuda para conocer sus
características y decidir qué orientación pedagógica podemos sugerir. El
objetivo siempre es que las personas pasen “del cómo son” al “como pueden
llegar a ser”, llegando a ser la mejor versión de ellos mismos. Como técnicos
tenemos herramientas, pero si no conocemos el que tenemos entre manos, seremos
muy poco específicos en nuestras intervenciones.
Hace unos años muchos niños se diagnosticaron como TDA y
TDAH; ahora muchos niños presentan características compatibles con el espectro
autista. Parecen oleadas. También ha aumentado mucho el número de niños y
jóvenes de altas capacidades. Hay mucha más identificación y diagnóstico pero a
veces parece que no es muy riguroso. Cuando hablamos de los niños de altas
capacidades podemos afirmar que están infraidentificados porque se cree que hay
alrededor de un 20% de la población, un 5% de superdotados y un 15% de talentos
simples o compuestos. Algunos de ellos presentan doble excepcionalidad o tienen
características compatibles con otras situaciones que invisibilizan las altas
capacidades.
Cuando nos movemos en grandes categorías es difícil de
separar las causas porque algunas características son compartidas por
diferentes colectivos. Las dificultades de relación, de mantener la mirada, la rigidez,
las desconexiones puntuales... pueden ser características compartidas por
personas con espectro autista como con altas capacidades. La diferencia aparece
cuando a través del trabajo continuado y consciente se revierte una actividad
que se había convertido en una costumbre sin ninguna anomalía física de base.
Por ejemplo, los niños y jóvenes de altas capacidades que presentan
dificultades de relación con los iguales pero no con los adultos o con los más
pequeños. Son selectivos, a veces mucho, y no están dispuestos de hacer el
esfuerzo de conectar con los compañeros de su edad porque observan muchas
diferencias entre ellos y sus compañeros: velocidad de aprendizaje, curiosidad,
intereses...
Cuando algunos padres dicen que no quieren identificar sus
hijos por no hacerles diferentes obvian la realidad: lo son. Quizás algunos
conectan con una experiencia personal infantil-juvenil de soledad, de
aislamiento, de hiperexigència por parte de los adultos, de rechazo de los
compañeros... Pero no queremos dejarlos solos, les queremos acompañar para que
puedan crecer y vivan su diferencia como una riqueza y no como una carga. Desde
muy pequeños ellos se sienten diferentes, se reconocen distintos a los niños de
su entorno. Primero piensan que todos son como ellos, pero poco a poco van
constatando que los demás van más lentos, que tienen otros intereses, que no
aprenden tan deprisa, ni tienen tanta memoria, que no hacen las mismas
relaciones, que no ríen con los mismos chistes... Un niño de Primero de
Primaria lo expresó de una manera muy clara: “Sílvia, yo soy una pieza de un
puzle pero no del puzle de mi clase. Tendré que seguir buscando”. Una excelente
metáfora para quien la sepa leer. Qué creéis que les ayudará más a estos
niños... ¿saber por qué son diferentes o no saberlo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario