Es muy importante que los adultos tengan una actitud de
escucha activa. Pero únicamente ésto, no es suficiente. Los niños y jóvenes;
todos, pero los de altas capacidades de una manera mucho más clara; necesitan
saber que somos verdad. Que les escuchamos de verdad. Que el tiempo y el
espacio que les dedicamos no es de “cumplimiento: cumplo y miento”. Que hay un
interés sincero y profesional para escuchar lo que nos tiene que decir y
trabajar con sus palabras, acciones y pensamientos. Que realmente nos interesa
lo que nos dirán y que lo tendremos en cuenta. Que les queremos acompañar y no
juzgar. Que no se trata de hacer realidad todos sus deseos porque no hablamos
de niños y jóvenes caprichosos sino de unos niños que tienen ganas de aprender,
que no quieren perder el tiempo, que quieren trabajar con profundidad, que
quieren sentirse plenos sin sentirse excluidos y en este punto el equilibrio es
complicado. Su intensidad e hipersensibilidad, a menudo, les da una imagen
peculiar del mundo que los rodea.
Necesitamos una comunicación fluida para saber que piensan y
como lo reciben. Suelen tener opinión de todo y de todo el mundo, desde el
minuto cero, pero tienen que ir construyendo el criterio y lo harán con nuestra
colaboración, si estamos allí.
En casa, hay momentos clave para fomentar esta comunicación:
después de la ducha (el momento de secar el pelo) y el momento de ir a dormir.
Parece que bajan la guardia; y es cuando nos hacen preguntas, o nos explican
cosas que para ellos son importantes; si les damos el tiempo y el espacio. Es
cómo con los docentes. Tienen un detector para saber si les escuchamos de
verdad, o nos estorban y tenemos otras ocupaciones que ponemos por delante de
ellos.
Saber encontrar el momento, es un acierto; y provocarlo es
un arte. Se trata de crear las condiciones para que se fomente esta
comunicación: sin móvil; sin prisa; sin mil preguntas; a menudo sin mirarnos,
para que no se sientan presionados. Aunque sean pequeños usamos las condiciones
de la comunicación que utilizamos con los adolescentes. Sin mirarnos a los ojos
(en el coche, andando juntos, mientras parece que hacemos otras cosas –a la
cocina, haciendo limpieza o arreglando la casa...-), a pesar de que hay jóvenes
que prefieren hablar con una taza de leche caliente con chocolate o un café con
leche...
En la escuela es necesario que sea sistemático y muy pautado
y simplemente, si les damos diez minutos (contados y de reloj) puede ser muy
beneficioso porque van a ver el esfuerzo, el valor que les damos y son capaces
de ser muy concretos y llevar muy bien preparadas las mini-sesiones. Tenemos
que ser muy cuidadosos y disciplinados porque un “hoy no puedo” lo entienden
pero cuando se convierte en una constante (y a veces en la escuela pasa) leen
que hay otras cosas que pasan por delante y quizás no son tan importantes. Por
eso, merece la pena pensarlo mucho y tener un plan B. Que sea quincenal o
mensual... Y sí, diez minutos es posible, y es muy beneficioso. El vínculo se
refuerza y podemos conocer mucho mejor a nuestro alumno con pequeñas
pinceladas. (cuando nos veamos puede sonar una alarma a los 8 minutos y así
podemos ir cerrando la sesión...).
El vínculo, siempre es imprescindible, y se cuece a fuego
lento. No podemos hacer un intensivo un día. Es preferible un poco; de manera
sistemática, y en horario. Tanto en la comunicación en la escuela como en la
comunicación informal de la familia, hace falta siempre aprovechar los momentos
que nos presenta la vida para mantener este vínculo que les acompaña y les posibilita
que sean la mejor versión de ellos mismos.
Con la escucha activa el vínculo es posible en la escuela, y
también a casa. Preguntas abiertas, escuchar sin juzgar, repetir para saber qué
hemos entendido, preguntar para saber si ellos han entendido, tiempos de hablar
de obviedades y de cosas interesantes para ellos y ellas... Un tiempo y un
espacio sin interrupciones.
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